Sevdah u Zagrebu
El frío llega a las calles cuando cae el sol. Y te iluminas entre algunos escombros amontonados en las aceras. Sabes a café, hueles al humo de los cigarrillos y te deslizas a través de mí como un vaso de agua después. Eres tan indescriptible como tu idioma, como las miradas en el tranvía y como el cañonazo desde la torre Lotrščaka las doce. Vives tranquila, con tiempo para todo. Disfrutas de la vida mientras ves pasar la gente. Entonces sabes que eres un lugar maravilloso.

Zagreb desde la ciudad vieja
Dobrodošao kući ─bienvenido a casa ─, fue la nota que leí en la bolsa con la cena que me había preparado mi madre al regresar tarde en la noche. Un bonito gesto que, sin embargo, me hizo dudar. En cambio, no tuve dudas cuando pisé Croacia. Y era la primera vez que estaba allí.
Tan estúpido como suena. Chapurrear croata no garantiza nada. Y menos cuando lees una palabra declinada y no caes en la cuenta de su significado, pues no la relacionas con la palabra en su forma natural y necesitas un cable. A pesar de todo, pude hablar y entender mucho más que en Bosnia y Serbia. Ya deja de ser sorpresa para mí cuando en una cafetería o en un momento aleatorio en el día a día, le explico a alguien ─ en croata─ que estoy aprendiendo el idioma. La respuesta es siempre un gesto torcido de estupor seguido de la misma pregunta: Zašto? ─ ¿por qué? ─. Lo mejor es encogerse ligeramente de hombros y sonreír. A veces provoca en el otro la misma reacción alegre. Tuve, como inexplicablemente siempre, suerte. Cada vez que me lanzo sólo a un nuevo lugar acabo feliz. Y menos sólo de lo que se presuponía.
Tampoco estuve sólo el día que viajé a los lagos de Plitvička. Es uno de los entornos más bellos de los balcanes y, me atrevería a decir, de toda Europa. Es imposible sentir otra cosa que no sea gratitud y paz cuando caminas por un sendero de madera rodeado de agua transparente donde se regocijan los peces en una quietud pasmosa. Nada de soledad. El silencio rara vez se resquebraja, pero el ruido es bienvenido cuando proviene de una corriente de agua que se desprende desde una cascada golpeando las rocas. Lamenté no haber dispuesto de más tiempo, tuve problemas con el trasporte y debía regresar pronto a Zagreb. La frecuencia de los autobuses no era buena. Por ello, cuatro horas allí sucedieron demasiado rápido. Aún así, me apresuré por hacer el recorrido, uno corto, pero con el tiempo justo. Los lagos de Plitvička tienen dos entradas pues abarca una extensión considerable. Entré por una y salí por otra. A mitad de la ruta, se encuentra el lago mayor, el Kozjak, que crucé en barco bajo el sol. Curiosamente y como si se tratase de un desenlace deliberado, oscureció y comenzó a llover con fuerza entre truenos cuando salí del parque. La lluvia fue de lo poco que escuché fuera de mi cabeza mientras esperaba al autobús en una parada de madera con forma de cabaña al pie de la carretera, hasta que regresé a Zagreb.
Lagos de Plitvička
Las casualidades siempre están presentes durante los viajes. Y la mayoría de ellas son buenas. Es un tanto supersticioso. Y no he conocido hasta ahora lugar más supersticioso que los balcanes, todo tiene un significado oculto: cuando te entra hipo, cuando te pica la nariz, cuando te cae algún objeto de las manos sin motivo aparente, cuando dos personas hablan juntas y ambas dicen la misma palabra a la vez... y por supuesto promaja.
Estábamos en el apartamento de Maja, en Zagreb, y mientras abría y cerraba puertas y ventanas a su paso, me explicó que significaba. Promaja es un flujo de aire que se forma al abrir dos puertas o dos ventanas. Lo que aquí se conoce como corriente. Pero mientras que aquí no constituye ningún peligro, allí es causa de enfermedad y de muerte incluso. Mucha gente se ha visto afectada por las corrientes de aire, puedes coger frío, dolor de cabeza, de huesos, parálisis muscular y morir. No existe evidencia científica, pero hasta algunos médicos advierten de ello y han achacado muertes y enfermedades crónicas a esta causa. Mi estupor era patente y, aunque ella reía y no le terminaba de convencer, cerraba la puerta tras de sí mientras hubiera una ventana abierta que hiciera circular el aire.
Prácticamente todo fue improvisado. Dolac, los amigos del bar, Hrelić... En este último mercado dominical ─ o rastro, más bien ─ a las afueras de la ciudad pude ver cómo cualquier objeto es digno de ser reutilizado y vendido. Artículos de todo tipo: juguetes, ropa, antigüedades, comida, libros, elementos de mobiliario urbano... y de la guerra. Incluidas fotografías de personas que un día estuvieron en manos de ellos mismos o de sus familiares y hoy esperan a la venta amontonadas sobre una sábana en un descampado polvoriento en la periferia de Zagreb. Compré una džezva bosnia y bebí un vaso de Cedevita de naranja antes de volver.

Mercado de Dolac en el centro de la ciudad
Otro lugar especial fue el parque
Maksimir. Aunque podría llamársele bosque. Caminar de noche, bajo el frío que
arrojaban árboles enormes empapados por el rocío no tenía precio. Apenas la
luna menguante intentaba proyectar algo de luz en el entorno. Un café en lo alto
del parque. Cuando se revuelve el corazón se razona con las tripas y, aunque
hay que morir con recuerdos y no con sueños, estaba soñando que recordaría.
Tenía sevdah por este lugar.