Sobre la guerra: nada diferente a personas

Kiev, Ucrania, poco después de una explosión. Fotografía: Алесь Усцінаў
Las bombas caen en Jarkov como lo hicieron en Vukovar, y Mariúpol está sitiada como lo estuvo durante años Sarajevo. La memoria es corta cuando la sangre que escribe la historia, lo hace sólo mirando sus intereses: una Europa rica y fértil, a costa de aquellos que la nutran.
No hay que restar importancia a la gravedad de la guerra en Ucrania, pero queda más demostrado que nunca que no todas las vidas tienen el mismo valor. Por desgracia, el sufrimiento está asociado a un pasaporte, y el mitigarlo en mayor o menor medida puede depender del color que sea. Existe una dualidad norte-sur y occidente-este que lejos de ser cooperativa, se aprovecha una sobre la otra para obtener sus beneficios. La violencia ha existido siempre, y continuará haciéndolo porque ya es demasiado tarde para pararla, y hemos aprendido a vivir con ella, como nuestra vecina incómoda. Pero si entra en nuestra casa o pasa por delante, nos llevamos las manos a la cabeza.
¿Qué tiene Ucrania?
Posibilidades económicas. Es por ello que interesa su adhesión a la UE y a la OTAN. El freno a esta situación ha estado presente por los problemas internos de Ucrania, inseguridad económica y lazos culturales y comerciales inevitables con Rusia, que han hecho retroceder a la UE.
Limita con siete países a lo largo de más de 1.300 kilómetros de fronteras, además de salida al Mar Negro, siendo extremadamente útil para las importaciones y exportaciones, de las cuales, es un asiduo con la UE. Ucrania tiene un mercado de 45 millones de consumidores potenciales, y el 70% de su superficie es cultivable y fértil. Con una inversión congruente, es un negocio muy llamativo.
Además, es un país clave en el tránsito de gas desde Rusia, y del que a pesar que se implementen sanciones económicas, gran parte de Europa oriental depende del gas ruso. También posee en menor medida gas natural y gas de esquisto propio. Ofrece también los recursos energéticos que precisa la UE, y es uno de los mayores productores de electricidad de Europa, y la suministra a cuatro países miembros colindantes. Ucrania no es un desierto de recursos y posibilidades y Rusia lo sabe incluso mejor que la UE.
Los medios, una herramienta sesgada
Las noticias de la guerra en Ucrania caen como morteros en el Donbás, tan frías y devastadoras como la metralla que arrojan. Nunca una guerra, desde la II Guerra Mundial, parece haber importado tanto a Europa. A pesar de que, aunque tantos medios lo omiten o incluso lo afirman, no se trata de la primera guerra en el continente desde entonces. Simplemente importa tanto porque molesta tan cerca.
Guerras recientes en Chechenia, Albania, Kosovo, a las puertas en Armenia, Georgia y el resto de los olvidados balcanes. No importan. De todas maneras apenas se sabe dónde están. Y en el presente, otros conflictos, aunque fuera de Europa, golpean Siria, Palestina, Afganistán, Líbano, Alto Karabaj, Yemen, Mali... y más. Pero esas vidas valen menos, porque no tienen nada que ofrecer dentro de estas fronteras.
Como analizamos en la entrada anterior (The Game, el juego de la vida), La UE mantiene un bloqueo durante años a las rutas migratorias frente a las fronteras, e incluso invierte enormes cantidades de dinero en esta misión en lugar de la de ayudar de otra forma. Ahora mismo, una de las rutas más calientes es la de Bosnia, desde dónde llegan personas de toda Asia, Oriente Medio e incluso del norte de África. El pasaporte de estas personas y sus pies amoratados no son suficientes para entrar en la UE a buscar una vida mejor y, excepto en casos puntuales como el de Muhammad, no acaban nada bien, incluso con violaciones de derechos humanos.
Sorprende ver la información jactándose de lo buenos y solidarios que somos al abrir intencionadamente las fronteras para refugiar ciudadanos ucranianos, el despliegue de medios, movilización popular, banderas de color azul y amarillo, apoyo en RRSS y lágrimas al ver crímenes de guerra. Pero el respeto y la importancia de la gran ayuda que se presta a estas personas que lo necesitan se convierte en hipocresía, y se trivializa cuando las cabeceras de los especiales de los informativos vierten diariamente imágenes de cuerpos exánimes en Bucha con una música irritante de fondo. Como si fuera entretenimiento, como si un hombre muerto entornado de espaldas en la calzada de una calle fuera un muñeco y nunca hubiera sentido nada. Hay más cinismo en los medios que cuerpos sepultados en fosas comunes en el este de Bosnia y en el Drina de los que nadie sabe nada. No se puede frivolizar con la guerra, y se pueden reconocer los ojos que la vieron alguna vez.

El apoyo y las protestas son generalizadas globalmente. New York. Fotografía: Katie Godowski.
Esa cantidad de refugiados que bate récords y hace sacar pecho a la UE, sería ridícula si hubieran apostado hacer lo mismo por Siria, por ejemplo. Pero queda bien decirlo, y ya de paso, seguir bloqueando por otra parte la entrada a una vida mejor a tantas otras personas.
Esto nos da a entender que hay refugiados de primera, de segunda y de tercera. Que una casa en ruinas no es lo mismo dependiendo de dónde hayan sido destrozados los ladrillos, que el color de piel importa y que hay lágrimas y sufrimientos más preocupantes que otros. Como si fuéramos algo diferente a personas.
Mediación pasiva
Poco a poco, líderes europeos se acercan enfundados en chalecos antibalas a Kiev, para ofrecer sus palabras, su apoyo, o ambas cosas. El papel que está jugando la UE es ventajoso. Claramente posicionado, pero aguarda la resolución ─ o no ─ del conflicto a salvo. Invierte en ello, pero se protege, pues tal vez no todo salga como esperado y omite parcialmente los gritos de socorro del presidente de Ucrania. Si llega el día en que un misil caiga en el este de Polonia en lugar de Lviv, el aviso habrá estado presente con anterioridad. Gubernamentalmente y a nivel diplomático, no existe obligatoriedad de hacer más, ni menos, por la situación.
La OTAN no es la ONU. Pero en enero de 1999 desoyó la Carta de las Naciones Unidas y tras amenazar a Yugoslavia, intervino militarmente de manera unilateral en Kosovo, también sin la autorización del Consejo de Seguridad ─ no la obtendría hasta junio, con la entrada de las KFOR ─. Precisamente, Rusia, junto a Bielorrusia, demandaron al Consejo y apelaron a un proyecto de resolución para condenarlo. De los quince miembros del consejo, fue rechazado por doce. A pesar de la nobleza que suscita la actuación militar, es difícil interpretar cómo un consejo que no aprobó la operación, se opone igualmente a condenar la desobediencia a sus propias directrices. ¿Por qué no interviene en esta ocasión si se considera crítica la situación en Ucrania?
La ONU, por su parte, destina ayuda, elabora informes, condena hechos y pide que las muertes cesen. No tengo la oportunidad de recabar datos en Ucrania, pero todavía resuenan en mi cabeza las palabras que Azra me dijo una vez en Sarajevo, recordando la ayuda recibida durante el sitio de la ciudad: «ONU, un vaso de leche y para casa».