Un puente sobre el Ibar

08.10.2022

Cortázar escribió en 1973 que «un puente no es un puente hasta que alguien lo cruza. Un puente es un hombre cruzando un puente». Y por ese día ese hombre era yo, dirigiéndome hacia allí a cruzarlo, preguntándome si los puentes realmente unen y comunican a las personas como los libros comunican ideas.  

Puente de Ibar, en Mitrovica, que toma nombre del río.

Aquel domingo era el último día que pasaría íntegramente en Kosovo, y dejando para el futuro una visita a Prizren, opté por ir a Mitrovica, parada obligatoria para los pocos curiosos ─ llamados también locos ─ con mochila al hombro que penetraban en zonas de conflicto. Más que parada, destino, porque ni estaba de paso ni fue posible encontrar el modo de llegar sin hablar con locales.

Me levanté pronto, porque el día anterior ya quise ir y recibí reiteradamente informaciones confusas de cómo llegar, puesto que en la estación los buses no operaban con normalidad. Así, tomé las indicaciones y fui temprano hacia allí para no perder el transporte, que no tenía un schedule inviolable, sino todo lo contrario.

Tal y como me dijeron el día anterior, fui a las afueras de la estación de autobuses de Pristina. En una curva de la carretera, en obras, se encontraban un par de furgonetas destartaladas ─ llamadas combi-bus ─ con las puertas abiertas, esperando a ser ocupadas. Los conductores fumaban al otro lado de la calzada y ofrecían el viaje esporádicamente a los pocos transeúntes que pasaban frente a ellos. Me hice entender que iba a Mitrovica con un chico bastante joven que también esperaba para ir en esa dirección y me señaló la furgoneta a la que debía subir. Estaba modificada para tener más asientos, pero las ventanas no se bajaban ni había cinturones, algo que tampoco me sorprendió en exceso. La ocupamos en unos diez minutos y, a pesar de todo, iba llena. Noté que efectivamente era la nota discordante entre ellos y que nadie sabía que hacía allí.

Mitrovica, ciudad dividida

El trayecto no fue largo, de algo menos de una hora. Hacia mitad de camino hizo una parada en la que bajaron unos chicos jóvenes. Llegando a Mitrovica vi algunos vehículos militares de la KFOR yendo también hacia allí. El conductor, desgarbado y con una barba tan enredada como mi viaje, no hablaba ni una palabra de inglés. Al llegar a la ciudad paramos frente a la estación de autobuses, y todos los que quedábamos, yo incluido, comenzamos a bajar. Un hombre también joven me advirtió al bajar, muy cordialmente y algo preocupado, que si quería parar allí realmente. Me comentó que no era el centro todavía y que tenía que continuar recto. También me dijo que tuviera cuidado para volver y que cogiera otro combi-bus frente a la mezquita.

Decidí bajar igualmente y caminar hasta el centro, la mezquita y el puente. Estaba nublado, todavía no se había aclarado el cielo desde los días anteriores, aunque no llovía. Sin embargo, el color grisáceo no solo estaba en el cielo, sino prácticamente en todas partes allá donde miraba, y a mi alrededor estaba todo descuidado en general. No puedo decir que fuera bonito, ni siquiera pintoresco, pero honestamente tampoco esperaba que lo fuera. Me colgué la mochila por un asa y tras pagar algo menos de tres euros al conductor y despedirme tras agradecer al hombre que me aconsejó, caminé hacia el centro.

Tras parar brevemente en la avenida a tomar café, continué caminando, crucé la mezquita y llegué al puente. No era el primer puente notable que pisaba, y aunque siendo muy diferentes, no pude evitar recordar a Andrić y su puente sobre el Drina, que crucé en 2019 en Višegrad. Nada más llegar, me senté en un banco que había cincuenta metros antes y, como si me frotara los ojos, me puse a observar la escena con detenimiento, para comprender cómo un elemento de unión termina siendo cismático. En el lado kosovar, había un coche de la policía de Kosovo atravesado en la calzada bloqueando el tránsito. Además, un policía vigilaba distraído mientras caminaba alrededor, sin prestar demasiada atención a su entorno. En el lado serbio, una barricada de hormigón bloqueaba el puente, que estaba custodiado en este margen por los carabinieri, que en un grupo de seis parloteaban alrededor del coche patrulla que había aparcado. La verdad es que no fue difícil tomar fotografías del puente, solo teniendo en cuenta que ni el policía ni los italianos se percataran de ello. El puente sí era transitable para peatones, aunque tampoco estaba concurrido. Me comentaron que no era recomendable cruzarlo si eras étnicamente opuesto al margen del río en el que te encontraras, pero no había problema con los extranjeros.

La mezquita y el puente cruzando desde el sur.

Desde que llegué a Mitrovica mastiqué un poco de tensión por el significado de todo aquello y lo poco turístico del lugar. Sin embargo, me fui quitando los nervios mientras cruzaba, con la mirada tan inquieta que se saciaba de curiosidad en cada rincón de mi alrededor: los adoquines, el gris del puente, la actitud de los guardias, la porquería que flotaba en el río, las extrañas estructuras en el agua ─ que resultaron ser obra de la Manifesta Biennial ─, las personas que se sentaban a los márgenes mirando al río, la historia de lo que pisaban mis pies... Los escasos metros del puente son el escenario de la carnaza y la frivolidad del minuto en antena que Occidente puede ofrecer cuando la tensión rompe los nervios. Crucé despacio, haciendo mis pies de Caronte. Pero sin entrar en detalles, como alma perdida, me podía poner al lado de todos los demás que también estuvieran hechos de tierra y sangre.

Mitrovica Norte

A decir verdad, en el lado norte me sentí más cómodo que en el kosovar. Ya empezaba a salir el sol y empezaba a hacer algo de calor, y en esta parte podía quitarme la sudadera y dejar al aire mi brazo derecho ─ que reza en serbocroata ─ sin preocupaciones por miradas agrias o preguntas incómodas. Sólo faltaba que encontrara problemas en una disputa que no lleva mi sangre. Además, en comparación con el albanés ─ prácticamente nulo ─, mi serbocroata es excelente. Lástima que el cirílico se empeñara en complicarme la comprensión de todo aquello que leía a mi alrededor.

Mitrovica Norte al cruzar el puente.

Nada más cruzar el río, había una calle donde aparcaban muchos coches, y continuaba en una pequeña plaza en obras, donde jugaban varios niños con ladrillos, arena y las cosas que se encontraban. Seguía una avenida bastante cuidada en la que habían banderas de serbia a cada paso, ondeando en las farolas. Estaba llena de comercios, de bares y un par de kafanas conforme ibas subiendo la ligera pendiente. En uno de ellos corroboré que sólo se aceptan dinares serbios y no euros como en el resto de Kosovo. A partir de aquí, con los ojos abiertos puedes encontrar diferentes expresiones políticas a favor del no reconocimiento de Kosovo como Estado. Hay graffitis en el suelo que rezan «No te preocupes, estamos aquí, esperamos», firmado por la Severna Brigada ─ Brigada Norte ─ un grupo nacionalista serbio auto organizado que se opone enérgica y activamente a la coyuntura actual, defendiendo la perspectiva serbia. Le seguían murales de hermandad y apoyo a Rusia, reconociendo que Kosovo es territorio de Serbia y que Crimea es pertenece a Rusia, carteles en contra de la actual disputa por las matrículas y otras expresiones nacionalistas de unión serbia. El apunte ortodoxo lo mostraba una estatua del príncipe Lazar, gobernante serbio que murió en combate contra los otomanos en Kosovo, y tan querido y respetado por la comunidad cristina ortodoxa que fue considerado posteriormente mártir y santo. Es un lugar de nacionalismo, tensión, activismo, memoria y nostalgia.

Diferentes expresiones nacionalistas serbias.

Improvisé el recorrido por las calles de Mitrovica Norte hasta que tomé dirección hacia la Iglesia de San Demetrio. Estaba en una montaña junto a la ciudad, y para subir a ella tomé el camino largo, bordeando una carretera tranquila con varias casas. Llegando allí, encontré lo que parecía un pabellón deportivo destrozado ─ inconcluso en su construcción o aniquilado durante malas épocas ─ que por los restos y envoltorios vacíos del suelo hacía las veces de fuckodrom, como dicen en Zagreb. Más adelante, un edificio bien cuidado de tal vez carácter gubernamental que tenía la, posiblemente, bandera serbia más grande de la zona en una de sus paredes exteriores. El camino de tierra desembocaba en la iglesia, había buenas vistas de la ciudad y ya hacía algo de calor. Tras detenerme allí unos minutos, continué subiendo la carretera, ya asfaltada, de la montaña hasta conectar con un sendero que me llevaría a la parte de atrás del pabellón y a una subida a través del parque Borići que alternaba escalones y tierra hasta llegar al monumento que presidía la cima. Es muy grande, y simboliza un vagón, dada la tradición minera en la zona. Tomé varias fotos allí arriba, desde un mirador. Tras dejar atrás la iglesia no me crucé con nadie.

Vistas desde la iglesia, monumento a los mineros y pabellón abandonado.

Apuntes sobre el conflicto

Retrocedí sobre mis pasos hasta el templo y bajé por unas escaleras hasta las calles de la ciudad. En este momento seguía contando y observando las matrículas que estaban tapadas con una pegatina de las que no lo hacían. Cualquier vehículo que cruzara al margen sur no podía hacerlo con los identificativos serbios al descubierto. En 1999 la OTAN bombardeó Kosovo y desapareció el control serbio. Desde entonces, existe un problema de identidad severo en la región, con numerosas tensiones subyacentes. Kosovo se declaró país independiente de manera unilateral en 2008, y todos los problemas se «zanjaron» de un modo muy abrupto y, por supuesto en desacuerdo de la población serbia. Mitrovica resiste con ayudas de Belgrado, y es un bastión y reducto nacionalista. Por su parte, Kosovo, no quiere dar más competencias a las establecidas a la población serbia alegando un posible y futuro «Estado fallido», como en Bosnia, que integra tres repúblicas y es muy complicado, por no decir imposible, gobernar con criterios objetivos.

Matrícula serbia con los identificativos tapados. Aun así, se reconoce que es de Belgrado.

La prohibición a las matrículas ha sido una gota que ha colmado la paciencia de muchos serbios, y renunciar a ellas sería como renunciar a su nacionalidad para un gran número de ellos, que consideran esto como algo de lo poco que les queda para aferrarse a su identidad. Este conflicto ha echado por tierra años de trabajo de mediación y pacificación en la zona, y solo ha sido retrasada su implementación debido a las barricadas y a las amenazas de ataques aéreos a través de sirenas y tiros al aire en la forntera a modo de advertencia. Ahora, los residentes de Mitrovica Norte tienen hasta el uno de octubre para cambiar sus matrículas, y todo apunta a que volverá a estallar el conflicto.

Atravesé de nuevo el puente y caminé por bajo de él, rodeado de, en su mayoría, pintadas de odio en ambas direcciones. hacia uno y otro lado. Supremacismo serbio de un lado y reivindicaciones del UÇK ─ Ejército de Liberación de Kosovo ─ del otro. Estaba sucio y descuidado como la voluntad de las esferas políticas en apaciguar ánimos y prosperar con respeto al ser humano. Pude responder a mi pregunta sabiendo que los puentes solo se mantienen en pie si se sostienen en ambos lados. Y este no era el caso, pues nadie sabía cómo hacer que la negatividad y el desprecio se los llevara el agua fluyendo por bajo del puente dejando limpia la superficie. Cortázar tenía razón.

Puente desde el margen sur y expresiones nacionalistas bajo del mismo.

Tuve que preguntar varias veces para encontrar la parada de combi-bus cerca de la mezquita, y finalmente un vendedor de fruta que estaba en la calle me acompañó hasta allí. Subí y cambié de asiento dos veces para que el conductor organizara a los pasajeros, y de la nada acabamos siendo once adultos ─ incluso un policía uniformado de Kosovo ─ y tres niños en una furgoneta de nueve asientos de camino a Pristina. Cuando el cacharro llegó a la ciudad, conocí y quedé con Ebru para tomar una cerveza a la noche a pesar de la lluvia de domingo, y comprobamos lo pequeño que es el mundo. Antes, por la tarde, empecé a preparar cosas para volver a Skopje al día siguiente y volar a Zagreb. Tenía curiosidad y algo de pereza por comprobar si vería de nuevo algunos trapicheos y amiguismos en la frontera de Kosovo y Macedonia. Finalmente fue así.

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